Reseña

En noviembre de 1985, un pueblo balneario llamado Villa Epecuén —en ese entonces, uno de los polos de turismo termal más importantes de la Argentina— sufrió la crecida de un lago y quedó cubierto por agua. Los habitantes debieron abandonar sus casas con urgencia, mientras los ataúdes del cementerio local salían flotando. Los funcionarios públicos se
empeñaron en negarlo todo hasta último momento.
Y la localidad entera se convirtió en un lugar en el que confluyeron las mezquindades, los dramas domésticos, el dolor del desarraigo, los temores de la posdictadura y la negligencia de un Estado. Hoy, las ruinas de Epecuén resurgen de las aguas ¿Es posible que un pueblo desaparezca en silencio?

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