Reseña

Mitad ficción mitad memorias, una mirada deliciosa al mundo de los
adultos, desde los ojos de una niña cuyo padre monta un hotel
alojamiento en un pequeño pueblo de la Patagonia.
  ¿Qué es un motel de pueblo sino una máquina sordomuda de chismes que
hila el mapa local de infidelidades y dobles vidas? ¿Quién mejor que la
hija del dueño para ocuparse de la trama y descubrir lo más miserable
tras la excesiva desodorización?
Ahora bien, lo que podría ser un festín desnudo para el paladar más
Bukowski, aquí se cuenta sin sordidez ni cinismo erótico. No sé cómo
hizo, pero Florencia se las arregló para que la sociedad entre la
lucidez y la inocencia fuera una secreta fraternidad incestuosa. Aquí
hay una niña que se hace la dormida para oír cómo suena el mundo
desafinado de los adultos. Prestando y prestándose a ese oído y evitando
con naturalidad pintoresquismos o sociologías, escribe sobre una clase
media provincial en los #80 y #90, cuya experiencia vital viene
enmarcada por la fatalidad de sus consumos (el Renault 12, los
cigarrillos 43/70, los Tupper, el Sertal). Una mirada que puede pintar
como #dandy enano# a un Menem pre-presidencial de visita en el pueblo y
que retrata el fin del menemismo sin abusar del diagnóstico, como el
Miami (99) de Babasónicos.
Florencia es Mafalda liderando a Los Auténticos Decadentes, sí, pero
tras haber decidido que la potencia narrativa consiste en reforzar la
candidez.

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