Reseña

Tengo treinta y nueve años. Mi cara tiene marcas que delatan en lugar de vejez, noches. En dictadura la diversión tenía el tenso sabor de lo clandestino. Vivir era clandestino. Pero existía un gubernamental error: las anfetaminas para adelgazar eran tan populares como las curitas Hansaplast, así que los gordos andaban como locos por la calle y nosotros también. Pasábamos días enteros encerrados en cuartos con las persianas bajas destilando las bolas y bebiendo. Llegábamos a estados demenciales con bajones al segundo o tercer día, monstruosos. No nos importaba. No nos importaba hasta que Alejo, el líder de la banda se convirtió en carne picada entre los fierros del auto cuando se fue de la despedida de soltero de nuestro amigo José.

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