Reseña

La clandestinidad que debió soportar el peronismo a partir de setiembre de 1955 le permitió convertirse en un movimiento completamente libertario, por lo que la Juventud Peronista se vio obligada a leer y estudiar la historia nacional como nunca antes. Esa falta de precedentes inclinó a la juventud a elegir sus maestros, siempre sorteando la más absoluta clandestinidad y enfrentando las prohibiciones y castigos, que incluían las cárceles, las torturas, la muerte y el extrañamiento. Surgieron algunos maestros, y el menos conocido es César Marcos, de militancia nacionalista hasta 1943, y luego peronista. Autodidacta, lector incansable, se apasionó por la historia revisionista.
Trabajó junto a John Cooke en el semanario De Frente y en el Congreso Nacional. Cuando 'las bestias libertadoras' desplegaron su propio 'derecho', Marcos, junto a su alter ego, el doctor Raúl Lagomarsino, animosamente, decidieron hacerse cargo del Movimiento Peronista por indicación de Cooke, líder indiscutible de la Resistencia, en los años difíciles de 1955 a 1959. El mandato resultó demasiado grande, y ambos, desde uno de los grupos denominado 'Comando Nacional', iniciaron una campaña 'interna' y nacional de lealtad a Perón y de intransigencia frente a las ofertas de corruptelas. Nunca transaron. Pero nunca dejaron de militar.
Por una parte, Marcos desde donde estuviera, en sus legendarios domicilios de Azcuénaga y luego de Cangallo, recibía en forma continua a cuantos deseaban dialogar. Sólo los 'jerarcas' debían pedir audiencia. El resto de los compañeros, más otros que aún miraban de reojo al Peronismo, diariamente se acercaban con curiosidad ante la leyenda que iba creciendo: 'El Viejo César sabe mucho'. Al mismo tiempo tomaba consistencia otro mito: 'El Viejo César no escribe nada'. Ambos eran verdaderos. Marcos utilizaba sin proponérselo expresamente la 'mayéutica socrática'. El Pueblo se acercaba y preguntaba. Y César respondía provocando un diálogo abierto, simple, con lenguaje riguroso, pero cuestionando duramente a los 'intelectuales' por los que sentía un absoluto desprecio. Pero Marcos efectivamente escribía, como hemos descubierto, al revisar los 17 números del semanario El Guerrillero de 1957, donde redactaba desde las cárceles las notas editoriales con el seudónimo de 'Juan Caracas'. Juan, obviamente por Perón, y Caracas porque el General estaba exiliado en la capital venezolana. Nadie se confundía. Además Marcos 'bajaba línea' en una casi milagrosa coincidencia con las consignas y análisis del General Perón. Este tomo reúne los 16 editoriales de César Marcos con la pretensión esotérica o un poco mágica de que 'El Viejo César' disculpe a los responsables de esta edición, que nunca, de ninguna manera, intentarán considerarlo como un 'intelectual'. íFaltaría más!

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