Reseña

Un cónsul es designado en Venecia para “un delicioso día que duró seis años”. Se aloja con su mujer y su pequeño hijo en la sede del Consulado, el palacio Valmarana, tan fatigado por intemperies y siglos como toda la Serenísima. Desde allí alterna su trabajo como diplomático con el de escritor. Su casa es frecuentada por peregrinos del misterio de Venecia, esa ciudad majestuosa que desafía la decadencia. Por ella pasan artistas y creadores: Sabato, amenazado de muerte por la Triple A; Rómulo Macció; Alejo Carpentier; Manucho Mujica Lainez, con su empaque de lord porteño; los poetas Mario Trejo, Federico Gorbea, Manuel Scorza, Manuel Castilla… Hay banquetes y cócteles para Andy Warhol y para Jorge Luis Borges, recibido como el escritor que una Europa agotada tal vez ya no sabría dar. El cónsul será testigo de la ventura de Joseph Brodsky, expulsado a los veintidós años del gulag soviético y aprisionado por una deliciosa aristócrata veneciana. Entre palacios de mármol plantados sobre el fango todo pasa con cierta alegría irrelevante, pero la pasión y hasta el drama permanecen. El esplendor de ese universo móvil de turistas y devotos del arte sirve de marco perfecto para este relato sutil, irónico, de a ratos melancólico, donde lo público y lo privado (y hasta lo privadísimo) se confunden en un juego que Abel Posse domina con maestría absoluta.  

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