Reseña

Antes de que John Glenn orbitara la Tierra o que Neil Armstrong caminara sobre la Luna, un grupo de matemáticas conocidas como las «computadoras humanas» calcularon, con lápices, reglas y sencillas calculadoras, las complicadas ecuaciones que permitirían lanzar los cohetes y a sus astronautas al espacio. Entre estas «solucionadoras» había un pequeño y excepcional grupo de mujeres afroamericanas especialmente talentosas. Formaron parte de las mentes más brillantes de su generación. Mujeres que se habían visto relegadas a enseñar matemáticas en colegios públicos solo para negros del Sur. De repente, estas mujeres infravaloradas hasta entonces encontraron trabajos adecuados para su genio, por lo que respondieron afirmativamente a la llamada del Tío Sam y se fueron a Hampton, en Virginia, al fascinante laboratorio aeronáutico de Langley.

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