Reseña

Personas en bicicleta que cargan objetos insólitos, vendedores de brochettes de insectos, laberintos de centros comerciales, autopistas atestadas y el hallazgo, en un mercado, de una vieja e incomprensible máquina de escribir caracteres chinos son algunas de las escenas que representan la vida cotidiana de la China actual y que unen, de manera casi mágica, una sociedad moderna en plena transformación (la llamada “potencia del futuro”) con las tradiciones más ancestrales o misteriosas.
Eduardo Berti viajó tres veces a China. Vivió algunos meses en Xi’An y en Pekín junto con su mujer e hijo. Fue extranjero y casi invisible. Como un niño que se asoma al mundo, con una mezcla de extrañamiento y desprejuicio, Berti escribe y describe en estas páginas un Oriente cercano y lejano al mismo tiempo. Y nos recuerda que “viajamos, entre diver­sas razones, para mantener viva la sorpresa, para no olvi­dar la abundancia del mundo y la variedad del hombre; para vivir esa clase de experiencias que también solemos buscar en los libros, en la ficción.”  

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