Reseña

Entre los sobrevivientes de la tragedia de los Andes, en 1972, siempre me sorprendió la actitud y el rol de Coche Inciarte calando hondo en la condición humana. Lo conocía de antes y terminé de conocerlo después. En el Valle de las Lágrimas, los diferentes puntos de vista convergían para conformar un mosaico humano. Si algunos se caracterizaban por la energía, la fuerza, la creatividad, la esperanza, el coraje, el tenaz apego a la vida, Coche aportó el combustible más simple y más difícil, el antídoto para el infierno: la ternura. Se requiere un temple muy especial para compadecerse de otros cuando la vida se te escapa día a día, minuto a minuto. Este libro refleja, con palabras e ilustraciones y de la manera más genuina, al Coche de la montaña tal como lo recuerdan y lo sienten los otros sobrevivientes. Cuando alguien, las más de las veces del grupo de los jóvenes, se quebraba, ahí aparecía, como una sombra protectora, la presencia sólida y mística de un hombre bueno: esos que mueven montañas o, en su caso, hacen que el que se cae vuelva a erguirse gracias a su naturaleza inspiradora. El estilo de Coche es su espejo: fuerte y dulce, rotundo y suave. No utiliza el texto o las ilustraciones para embellecer la realidad, el autorretrato es bello en sí mismo. Con él, el lector aprende una lección imperecedera y se la lleva en el corazón: si en una situación al borde de la explosión Coche o su evocación están a su lado, no todo está perdido.

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