Reseña

Publicadas en El Mundo entre 1928 y 1933, estas crónicas urbanas de Arlt eran lo más leído, lo primero que buscaba el lector y el motivo de que se vendieran más diarios. El término ‘aguafuerte’ alude a una técnica de grabado que consistía en resaltar el contorno de la imagen por medio de estiletes. Y a Arlt le habría encantado que le atribuyeran, en lugar de estilo, estilete.
Alejado deliberadamente de todo academicismo, burlón frente a las solemnidades, en sus Aguafuertes porteñas le toma el pulso a la calle, asiste, a veces compasivo, a veces despiadado, a ese desfile de personajes de barrio: el vago, el jugador, el charlatán, el tímido. Y su mirada, que no es estetizante ni idealista, se concentra en el mundo popular, en su colorido y su lenguaje vivo, en constante mutación. No es una mirada distante; por el contrario, el escritor es uno más en ese trajinar de pasajeros que van en colectivo a trabajar o se quedan charlando en la vereda.
Asiste y participa de ese espectáculo variado y lo celebra: “he llegado a la conclusión de que aquel que no encuentra todo el universo encerrado en las calles de su ciudad, no encontrará una calle original en ninguna de las ciudades del mundo”.

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