Reseña

Escribí el primer cuento de El ser querido a los veinte años:
precedía a una novela que partía de otro cuento y contaba la historia
de Dante ascendiendo al cielo para buscar a su Beatriz, solo que
Dante tenía por nombre el título de un longplay del grupo
psicodélico alemán Tangerine Dream, al cielo se llegaba a través de la
red cloacal y Beatriz se llamaba Margarita y era una vaca. (...) Hoy,
en El ser querido veo el cuaderno de trabajo de alguien que busca
ajustar deudas con Henry James y con Borges y Bioy como escritor
bicéfalo, pero también que toma de esas ajenidades lo indispensable
para ir volviéndolas propias.
En todo caso, lo importante no es la manera en que se da
por terminado un libro, sino el efecto que el acto de escribir produce
en las derivas futuras: el lector advertirá que la palabra “genio” (ese
énfasis romántico incomprobable), que ocupaba un lugar modesto
en El ser querido, se multiplica en El hijo del sol, el segundo libro de
este volumen, hasta convertirse en la materia misma de sus historias.
No es casual que esto ocurra, aunque advertirlo me resulta extraño:

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