Reseña

Por asesinatos como el de aquel hombre al que hizo pasar por suicida, Raúl Mendizábal está considerado un sicario de prestigio, un artista cuyo arte queda en las sombras. Esta vez recibe el encargo de matar a Rodolfo Küllpe, de quien no sabe nada ni necesita saber: algo habrá hecho para que esté condenado. Un alto mando de la organización -¿un ministerio?, ¿una agencia de inteligencia?, ¿un comando parapolicial?- le entrega el sobre con una foto de su objetivo y algunos pocos datos. Mendizábal es paciente, sereno, se toma el tiempo necesario para hacer un trabajo aséptico. Pero, llegando a los 50, algo en él comienza a derrumbarse. Lo que antes era motivo de orgullo -ser un instrumento incontaminado, el brazo anónimo de una cadena de responsabilidades- hoy le provoca desasosiego. Las muertes lo han ido vaciando. Quizá la clave para resolver su angustia esté en Küllpe; quizá, sin ser consciente, Mendizábal busca ocupar su lugar después de matarlo.
En su primera novela, José Pablo Feinmann reúne con una destreza excepcional las tradiciones de Dashiell Hammett y Jorge Luis Borges. Un policial negro que retrata la década más negra de la Argentina. Publicada originalmente en 1979, escapó a la ceguera de la censura que no supo entender la denuncia furiosa de la paraonia del poder y la vigilancia permanente sobre una socieda aplastada. Últimos días de la víctima, frase que ya pertenece al imaginario colectivo, fue un disparo preciso -como el de una Luger- a los militares genocidas. PATRICIO ZUNINI

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