Reseña

Tras el accidente y la muerte de su padre albañil en una obra, el protagonista descubre las perturbadoras diferencias de clase en las que está sumido el barrio en el que vive y el pueblo todo. Ahí siempre ocurren cosas raras (una chica aparece muerta después de una de las fiestas de los ricos, un hombre malvende sus tierras y huye luego de recibir una paliza en un descampado). Es un sitio donde los privilegiados -los Príncipes, como todos los llaman, familias de dinero apañadas por la policía- se burlan de todos y de todo. Frustrado, lleno de rabia y de impotencia y sin amigos, se vuelve un pibe taciturno y distante. A los doce años, se pone a trabajar en el reparto de una verdulería para ayudar a la madre. Más tarde se convierte en boxeador. En ese pueblo al que odia con toda su alma, el gimnasio es su isla, donde puede darle duro a la bolsa imaginando las caras de los Príncipes. Comienza a pelear en distintas ciudades. Tras la muerte de la madre el pueblo termina de revelarse como el siniestro territorio de sus peores desgracias. Ya no hay razón para quedarse; la idea de partir sin rumbo fijo va cobrando vida y una mañana se encuentra observando el paisaje desde la ventanilla de un ómnibus. Termina en una pensión de mala muerte en la calle Corrientes. Primero trabaja en un frigorífico, más tarde en una fábrica, hasta que alguien le habla del circo El Prodigio, que en ese momento acampa cerca de la capital. Allí acepta ser el boxeador-hombre de las cavernas y presentar su espectáculo de lucha en cada función por distintos pueblos del país. Un día el circo visita su el suyo. Y la noche de la pelea se encuentra con que el tipo que está en el otro extremo del ring es uno de los Príncipes. Lo ha visto mil veces sentado con sus amigos en la confitería frente a la plaza. Su sonrisa burlona, su bailoteo fanfarrón, el recuerdo de su padre, la aceptación y el silencio general, las humillaciones en el colegio, la soberbia y la prepotencia, todo confluye de pronto en un instante en su cabeza y le prepara el puño. Y cuando tiene oportunidad le dispara un derechazo, lo arrincona y lo desmaya sobre la lona. Sólo se escucha el pedido de un médico y la sirena de la ambulancia. El circo se va del pueblo. Y a pesar de que muchos vecinos se sienten tan vengados como el protagonista, no hay dudas de que él está en peligro. Debe escapar, pero una idea comienza a darle vueltas. En ese lugar están las calles de su niñez, está lo que queda de su padre y de su madre, están las frustraciones y la impotencia, pero también buenos recuerdos. Y todo eso le pertenece. Nadie puede quitárselo. Se dirige entonces a uno de los bancos de la plaza y se queda ahí, a la vista de todo el mundo, esperando.    

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