Reseña

Pensé que sabía todo acerca de Carlos Bilardo, a quien conozco y trato desde sus tiempos de jugador, al que defendí más de lo que él supone en aquella legendaria redacción de El Gráfico, donde tenía mayoría de enemigos que guardaban una extraña fidelidad a César Luis Menotti. El periodista no debería actuar como militante de una ideología, pero actúa. Tuve, con Bilardo, una relación generalmente cordial y algunas veces ríspida. Traté a su ejemplar familia, supe de los principios morales que practicaron toda la vida. Nos divertimos con él, aunque discrepamos por razones puramente profesionales de uno y de otro. Creo que nunca fuimos amigos aunque compartimos buenos momentos que excedieron la profesión de uno y otro. Viajamos por Europa, bailamos con la novia en un casamiento al que nos colamos sin querer, comimos en la casa napolitana de Maradona, estuve mil veces en la calle Francisco Bilbao, de Flores, donde coleccionaba sus primeros cientos de videos. Asistí a un almuerzo en El Gráfico en el que acusó formalmente a la revista avalado por cientos de recortes. Yo aún no era Director cuando fue campeón del mundo en México y cuando nos abrazamos en las entrañas del estadio Azteca, fuera de aquel vestuario colmado de alegría y de histeria. Tengo gran afecto por Carlos, pero admito que recién terminé de conocerlo cuando leí los originales de La enfermedad del doctor, esta apasionante biografía investigada y escrita por un joven y promisorio periodista. Mauro Palacios, de él se trata, tiene el rigor y buen gusto del que carecen muchos de sus pares contemporáneos. Este libro es entretenido, documentado y serio. Léalo y después me cuenta. ALDO PROIETTO...

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